La Riguera de Ginio tiene su origen, como ocurre con muchos proyectos con alma, en una idea, una ilusión, un sueño. Su historia se remonta al año 1880, cuando en un pequeño pueblo de Cantabria una familia humilde construyó una cuadra destinada al cuidado de animales. A lo largo de los años, este espacio fue morada de vacas, cerdos, gatos, perros y una burra longeva que acompañó a la familia durante más de dos décadas.
Tras las paredes de la actual posada se conserva una larga tradición ganadera, visible no solo en la memoria de quienes la habitaron, sino también en los materiales que la conforman: gran parte de la piedra utilizada en su rehabilitación proviene de aquella cuadra original.
La primera referencia conocida es la de Conrado, quien mantenía vacas tudancas y una vaca pinta destinada al consumo familiar. Esta actividad marcó el inicio de un legado vinculado al campo y al cuidado de los animales.
Su hija María, casada con Ginio, continuó con la actividad ganadera en la misma cuadra. La pareja, padres de tres hijos, mantuvo la cría de vacas tudancas, consolidando el conocimiento y la experiencia familiar en el trabajo rural.
Primera generación
La primera referencia conocida es la de Conrado, quien mantenía vacas tudancas y una vaca pinta destinada al consumo familiar. Esta actividad marcó el inicio de un legado vinculado al campo y al cuidado de los animales.
Segunda generación
Su hija María, casada con Ginio, continuó con la actividad ganadera en la misma cuadra. La pareja, padres de tres hijos, mantuvo la cría de vacas tudancas, consolidando el conocimiento y la experiencia familiar en el trabajo rural.
Tercera generación
En la siguiente generación, Ginio, hijo de María y Ginio, creció rodeado de animales y labores del campo. Aunque trabajaba como tejedor en la industria textil, dedicó buena parte de su vida a la ganadería. Junto a su esposa, hija de un minero de Reocín que también mantenía vacas pintas, desarrollaron una pequeña explotación con hasta 12 vacas de leche, ordeñadas inicialmente a mano.
Con el paso del tiempo se incorporaron dos ordeñadoras mecánicas y un tanque de enfriamiento, lo que supuso un avance importante en las rutinas del ordeño. Era habitual ver a los gatos de la casa rodeando al ganadero durante la tarea, esperando su ración de leche.
La vida en la cuadra requería esfuerzo constante, especialmente en los partos y el cuidado de terneros recién nacidos. También se criaban cerdos, gallinas, y contaban con el apoyo indispensable de animales de trabajo, como una burra que acompañó a la familia durante más de veinte años.
Cuarta generación
Con el progresivo retroceso de la ganadería tradicional, la cuarta generación tomó el relevo con otra visión. Fue entonces cuando nació el proyecto actual, adoptando el nombre La Riguera de Ginio en homenaje tanto al padre como al abuelo de la actual propietaria, conocidos ambos con ese nombre.
La finca, situada junto a lo que en su día fue una huerta con frutales y un viejo nogal, ha sido transformada en un espacio de acogida que respeta sus raíces. Aunque la actividad ganadera ha cesado, el espíritu rural y la memoria de las generaciones que vivieron y trabajaron allí siguen muy presentes.
Hoy, La Riguera de Ginio es más que una posada. Es el testimonio de una forma de vida vinculada al esfuerzo, al respeto por los animales y al amor por la tierra.
La Riguera de Ginio nace de donde suelen nacer estas cosas, de una idea, de una ilusión, de un sueño.
Corre el año 1880. En un pequeño pueblo de Cantabria, una familia humilde construye una cuadra que, con el tiempo, se convertiría en refugio de vacas, cerdos, gatos, perros y de una vieja burrita que nos acompañó hasta hace no tanto. A día de hoy, tras las paredes de nuestra posada se esconde una larga tradición ganadera, no solo por su historia, sino también por los materiales con los que fue construida, ya que gran parte de la piedra que forma La Riguera de Ginio proviene de aquella entrañable cuadra.
Primera generación: Conrado
El origen se remonta a Conrado, mi bisabuelo materno, quien tenía vacas tudancas y una vaca pinta para consumo propio. En aquella cuadra sencilla y funcional, comenzó una forma de vida donde el cuidado del ganado era el centro de todo.
Segunda generación: María y Ginio (abuelo)
Su hija María, mi abuela, mujer de Ginio (mi abuelo) y madre de mi padre, continuó la tradición. Ellos también criaron vacas tudancas en aquella misma cuadra, transmitiendo con naturalidad el amor y respeto por los animales a sus hijos.
Tercera generación: Mi padre, Ginio
Mi padre, Ginio, heredó ese cariño por los animales desde niño. Aunque trabajaba como tejedor en la Textil Santanderina, siempre fue ganadero de corazón. Se casó con mi madre, hija de Chuspi, un minero de Reocín que también tenía vacas pintas. Juntos decidieron dar un paso más: comenzaron con tudancas y después se centraron en las vacas pintas.
Llegaron a tener hasta 12 vacas de leche, ordeñadas a mano. Recuerdo perfectamente cuando compraron las primeras dos ordeñadoras y un tanque para enfriar la leche. Aquella escena diaria de mi padre ordeñando con una procesión de gatos alrededor, esperando su cuenco de leche, es uno de mis recuerdos más vívidos y tiernos.
La vida era sacrificada. Mi madre fue clave en el cuidado del ganado, especialmente cuando mi padre trabajaba de noche. Íbamos juntas a “perturear” vacas, creyendo que todo estaba hecho… y a las pocas horas, la naturaleza nos regalaba la sorpresa de un segundo ternerito.
Ver a esos terneros indefensos intentando ponerse en pie, mientras su madre los lamía con ternura, era simplemente mágico. También criábamos cerdos, y nunca faltaban los perros, gatos y aquella burrita tan trabajadora que vivió con nosotros más de veinte años.
Cuarta generación: Vanesa
Cuando ser ganadero pequeño ya no era sostenible, llegué yo, la cuarta generación.
Y como estoy orgullosa de mis raíces, de mi padre y de toda esta historia, decidí que este lugar llevaría su nombre: La Riguera de Ginio, como le llamaban con cariño tanto mi abuelo como quienes le conocían.
Aún recuerdo la huerta que había al lado de la cuadra, con frutales y un gran nogal —el único árbol que logramos salvar durante años, aunque finalmente lo perdimos—.
Aquí también hubo novillas, gallinas, y siempre ese latido silencioso de la vida rural que nunca se ha ido del todo.
Hoy La Riguera de Ginio es más que una posada: es memoria viva, es homenaje, es amor por una forma de vida sencilla, trabajadora y noble.
Y aunque las vacas ya no estén, sigue oliendo a campo, a leña, a historia… y a cariño.
— Testimonio de Vanesa, actual propietaria.